José Antonio R S

Para taller de poesía. Prosa poética.

Érase una vez que se era; una “familia” que vivía ese concepto y sentimiento tan infinitamente lejano e irreal; mucho más pequeño que una jauría de lobos, menos que las hienas carroñeras ante un cadáver en descomposición, aún menor que una sombra en la noche, más pequeña que la ínfima mota de polvo que nos provoca un estornudo repentino e inevitable.
La comunicación, no existía en su diccionario, el miedo a decir las cosas claras, era más oscuro que mirar al sol directamente. El silencio era más clamoroso que la novena de Beethoven, cuando la compuso sordo.
La hipocresía y mentira: juegos de canicas con corazones humanos, en los que no importaba nunca el disfrute en sí, sino la prepotencia de ser el único. Como Caín, que por celos, no encontró nada más noble a su naturaleza, que la quijada de un burro, para matar a su hermano.
Todos se gastaban bromas: de esas que dicen verdades como puños, y reían jocosamente con hiel, en vez de miel, babeándole los labios; perfectos disfraces para sus afilados dientes, y el mordisco inminente del depredador antes de asestar el golpe mortal a sus presas.
la memoria perdida, o mejor, olvidada, de una existencia fantasma, llena de patrones mal formados en que se perdían vidas llenas de competencia por ser el más querido, el menos aborrecido: el sol, en un día nublado.
Muertos en vida, sin comer, ni dejar hacerlo: yo, o nadie, se decían continuamente a costa de cortar cabezas, aunque fueran verdugos decapitados, en una guerra contra ellos mismos, proyectando en los demás las frustraciones y el veneno que los corroía por dentro.
Lenguas viperinas, cuyas dobleces hacían desconfiar a la sangre de su sangre: como perfectos blancos a los que eliminar, para no sentir su propia nulidad disfrazada de amores que matan. Siempre culpando a los otros, rompiendo todos los espejos que pudieran reflejarles el crimen de sus puñaladas por la espalda, mientras sus rostros, de frente, se opacaban con la mueca ficticia del payaso que no aprendió nunca a reírse de sí mismo, ni con los demás.

JARS

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